El sueño eterno


Raymond Chandler
Fotografía: El País

El sueño eterno es la primera novela de Raymond Chandler en la que aparece el detective Philip Marlowe y una de las cien mejores novelas del siglo XX según Le Monde. 

En mi opinión, la primera de las razones por las cuales es digna de ese grupo guarda relación con el diseño del personaje, teniendo este un perfil muy próximo a la realidad vinculado a la profesión y el ámbito en los que navega, que tienen ese color gris por excelencia. Se desea en este aspecto que el protagonista sea de carne y hueso y exista la posibilidad de dirigirse a él y preguntarle "¿Qué tal está, señor Marlowe? ¿Todo bien por estos lares?". Esperando como respuesta la vacilación oportuna, por supuesto. Aquí cabe nombrar también que el gris se debe a la peculiaridad que guarda todo ser humano, esa que pone en duda nuestra moral, en base a la cual actuamos bien o mal. Esa subjetividad. Pero ya hablaremos de la moralidad del detective más adelante. En definitiva, todo tiene que ver con la bondad y la maldad absolutas que forman parte de las personalidades de los personajes que están mal diseñados, que no interesan y que nos aburren porque se alejan de la contradicción innata del ser humano. Marlowe es peculiar y sus rasgos característicos nos empujan a pensar que sus restos todavía forman parte de lo orgánico. 

La segunda razón y no por ello menos importante se debe a la coherencia de la que están dotados los diálogos. Cuántas veces nos topamos con novelas en las que los personajes hablan demasiado y, paradójicamente, no dicen nada, no cuentan nada y no aportan en absoluto. Chandler dota de significado a las frases, no solo para definir a Marlowe, sino también para descubrir ese subtexto que desentraña su pasado o sus intenciones.

En cuanto a la trama, estoy segura de que no es en ningún caso la mejor del autor, ya que la estructura carece de solidez en algunos puntos, pero no creo que lo dicho tenga una excesiva relevancia, si bien responde simplemente a la realidad, a la paradoja de la vida y al sinsentido de un universo caprichoso. Sí, ahora los estudiosos del drama dirán, en resumen, que toda ficción debe guardar un profundo diseño equilibrado entre trama y arco de transformación del personaje, obviando la vida real. Y yo les diré que solo los genios son capaces de saltarse las reglas. No obstante, no cuestionaré lo obvio, poniendo como ejemplo la adaptación cinematográfica, casi literal, dirigida por Howard Hawks. A pesar de que los renombrados guionistas cambiaron el final de la obra, para quien no haya leído El sueño eterno, el film puede convertirse en un laberinto eterno. Y por qué no decir también que no respetaron ciertos rasgos de Marlowe que, sin duda, definen al detective y lo hacen único. En la película podemos observar a un Marlowe interpretado por Humphrey Bogart que es mujeriego, que se enamora y que carece en algunas ocasiones de cierta rudeza atractiva. El Marlowe de verdad está pasado de vueltas; no cambiaría una vigilancia con la botella como única compañera por una librera dispuesta a compartir la embriaguez de la soledad.


Volviendo a la trama de la novela y haciendo referencia a la moralidad de la que antes hablaba, sin destaparos los secretos que obligan a leerla hasta el final, la obra literaria completa la definición del personaje mostrando su empatía hacia la muerte digna del anciano que ha confiado en su habilidad profesional para la investigación de un chantaje por parte de un empresario llamado Geiger, quien regenta un negocio poco convencional y al margen de la ley, vendiendo pornografía en una librería situada en el Hollywood de los años 30, siendo asesinado tras los primeros pasos de un Marlowe que le persigue por 25 dólares al día más gastos. El detective prefiere la verdad antes que el dinero y la soledad frente al hipócrita festejo de la compañía y no descansará hasta que todo encaje en este mundo subordinado a la avaricia, tan alejado de sus arraigados principios. 

Roser Ribas, 2018

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