Madame Bovary


Gustave Flaubert
Dibujante: Pablo García

Conviene una ronda de clásicos de vez en cuando, pues no podemos empezar la casa por el tejado. Estos son, y siempre serán, la base de los argumentos universales, las sólidas columnas sobre las que se sostienen todos los demás, el nacimiento de una prolongación infinita, cambiante y, a su vez, inmutable.
Hoy os adentro en la obra de la que siguen presumiendo en Francia gracias a Gustave Flaubert: Madame Bovary, publicada en 1857.

Es la historia de Emma Roualt, una joven de origen campesino y huérfana de madre que contrae matrimonio con el médico Charles Bovary. El afán por ser la protagonista de una vida romántica presidida por el amor, ambición que su marido no puede satisfacer, será la perdición de la ingenua muchacha, que buscará por todos los medios, con aventuras y con amantes, escapar al tedio, la monotonía y la exasperación que se han apoderado de su vida.

El escritor traslada la realidad a la literatura, permanece distanciado de los personajes y se limita a relatar mediante una excelente prosa la historia de una protagonista que, si se me permite describir, es una neurótica desquiciada, una eterna insatisfecha que no sabe reconocer la felicidad cuando la tiene justo delante. Sin embargo, aunque se trate de un personaje al que encasillaríamos en el grupo de los detestables, el escritor logra que empaticemos con ella, que no la abandonemos en su viaje, en un arco de transformación que acaba de la peor manera. O quizá de la mejor, porque podemos aprender de lo que se expone, porque son tan buenos los malos como los buenos ejemplos. 

Me es imposible evitar la comparación entre Emma y Anna. Prefiero a Anna Karenina, aun siendo posterior, pues es más sentida, más real incluso; tanto distanciamiento no creo que sea lo mejor, al final se es un mero observador, en vez de ser cómplice y partícipe de una historia y una vida que puede ser la propia. No obstante, cabe decir que no es sino la consciente intención de Flaubert, el hecho de imprimir la grisácea realidad, sin servirse de un personaje con el que te puedas identificar y narrar el realismo sin más. No hay ni un solo personaje al que le puedas desear una larga y próspera vida, todos son dignos de la naturaleza imperfecta y, si me permitís cierta obviedad, gustar así es sin duda lo más complejo en el arte de narrar. Por eso y por muchas otras cosas, esta obra se considera un argumento universal, un clásico de la literatura cuya singularidad es indiscutible.

Me avergonzaría hacer una recomendación más extensa sobre Madame Bovary, sería tan absurdo como cuestionar o adentrarse de forma profusa en el alarmante avance del calentamiento global, pero me niego a dejarla abandonada en la mera obviedad de la recomendación literaria, pues detesto, con toda mi alma, que en la literatura actual tenga menos voz el artista y más potestad el ignorante. 

Roser Ribas, 2019.

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