El gran Gatsby


Francis Scott Fitzgerald
Fotografía: Grandes Libros

Una vez más, que no la última, me adentro en la magnífica literatura contemporánea. En esta ocasión, en El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald. Dado que el manual de escritura que recomendé en la entrada anterior hace referencia a la obra como herramienta básica de aprendizaje, poco tardé en adquirirla para analizarla. 

Jay Gatsby, el caballero que reina sobre West Egg, es el arquetipo de aquellos míticos años veinte en que pareció que todo era posible, un tiempo de felicidad entre el horror de la Primera Guerra Mundial y la barbarie de la Segunda. Junto al resto de los protagonistas, representa a la Generación Perdida, a todos aquellos «jóvenes tristes» que personificaron el mito de la pasión y el desamor, de la literatura que se funde con la vida.

Publicada por primera vez en 1925, El gran Gatsby está considerada como La Gran Novela Americana. Simboliza el triunfo, la perpetua juventud y el deslumbramiento que desembocan en la tragedia, la decadencia y la caída, constantes reflejadas con asombrosa precisión en la propia vida de Fitzgerald.

El protagonista no es Jay Gatsby, sino Nick, el personaje que narra la historia. Gatsby es el elemento propulsor de la trama, el centro de la fábula y, por tanto, el ejemplo a través del cual Nick aprende. 

El autor escribió sobre la sociedad de esa época que, por desgracia, no se encuentra tan alejada de la nuestra. La generación perdida persiste en la actualidad. Es, en definitiva, y dejando las guerras aparte, la generación del fracaso, del todo o nada o del triunfo pese a todo lo que conlleva. Hemos sido educados en un ámbito tóxico, y el precio del deseo se asume sin saber de antemano las consecuencias, porque nadie, o casi nadie, se atreve a cuestionar la moralidad de nuestros actos; de hecho, no son éstos sino el resultado de tanto lavado de cabeza. No vivimos tranquilos. No. Nos esforzamos día tras día porque queremos alcanzar ese ente abstracto llamado éxito. Y, entretanto, lo que viene siendo la vida camina ajena ante nosotros. Por eso es bueno tener al alcance obras como El gran Gatsby y, claro está, rodearse siempre de gente buena que todavía tenga los pies sobre la tierra. Fantasmas los hay en demasía, y personas que viven en una realidad paralela también. Y todo por nada. Qué pena. 

Ya resumido el trasfondo de la historia, me gustaría resaltar el talento del escritor cuando describe a sus personajes sin usar en exceso los modificadores. Veamos aquí un ejemplo, cuando Nick se topa con un personaje llamado Wolfsheim, a quien prefiere dotar de acciones para que nos hagamos una idea:

     No era verdad, pero me fijé en ellos en aquel momento. Estaban hechos con piezas de marfil extrañamente familiares.
     Los mejores ejemplares de molares humanos me hizo saber.
     ¡Caramba! los miré con detenimiento. Una idea muy interesante.
     El señor Wolfsheim emitió un gruñido afirmativo. Luego dio unos tirones de la camisa para ocultar los puños bajo las mangas de la chaqueta.

El gruñido afirmativo quizá es la clave. El autor evita los adjetivos y las meras descripciones, narrando sus acciones; y, gracias a ello, sabemos cómo puede ser Wolfsheim. Así lo hace el escritor con todos los personajes, por lo que es un buen ejemplo cuando se hace referencia a la famosa regla Show, don't tell.

No voy a destacar todas las técnicas narrativas que hacen única a esta obra, pues eso pasa inadvertido cuando uno se adentra en ella. Lo importante ya lo he dicho al principio. La recomiendo porque la considero una herramienta de aprendizaje vital con la que el lector se puede desintoxicar de tanto sufrimiento inútil. 

Roser Ribas, 2019.

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