El mal de Portnoy
Philip Roth
Fotografía: Público
Lo anterior expuesto es una pequeña parte –y también mi favorita– de El mal de Portnoy, una de las más de
veinte obras escritas por Philip Roth.
Situando al personaje central en la consulta de un
psicoterapeuta, el escritor expone la vida del mismo, desde la infancia a la
edad adulta; un monólogo interno constante del protagonista que nos describe de
forma minuciosa una implacable crisis de identidad trasladada a interpretación
del lector a través de la obsesión sexual, la culpabilidad, la religión y la
educación.
El mal de Portnoy
no es tan fácil de leer como aparenta, pues detrás de esa simplicidad narrativa
se esconde un mundo no censurado a desgranar que es, además, políticamente
incorrecto.
Si se analiza desde una perspectiva poco amplia, podría decirse
que se trata de una obra ya desfasada. Por el contrario, si se amplía su base
desde un punto de vista sociológico en todos sus aspectos, creo que es una
pieza de la literatura a considerarse siempre actual, pues habla del ser humano
antisocial. Y siempre habrá seres humanos antisociales. Podemos, incluso,
identificarnos con el protagonista, a pesar de que en ocasiones tengamos ganas
de aplastar el libro contra sus sesos. Al fin y al cabo, todos poseemos algo de
esa antisociabilidad, algunos porque
hemos recibido una educación religiosa, otros porque han crecido con una madre
poco ejemplar y otros porque, simplemente, detestan esas normas absurdas
impuestas por unos a quienes no conocen ni desean conocer.
Creo que el protagonista es un conjunto de todo lo expuesto,
aunque la sinopsis insista en reducir el problema a la relación madre-hijo y
aunque la obra, en sí misma, también lo haga en su punto álgido. En mi opinión,
la crisis de identidad es mucho más compleja derivándose de lo social,
religioso, cultural y familiar.
Sin duda, El Mal de Portnoy es una obra molesta
que hay que leer con calma y sin espantarse. Es humana. Dios Santo, la culpabilidad, el gran enemigo del ser humano y el gran aliado del sistema.
Roser Ribas, 2018.
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