Fahrenheit 451


Ray Bradbury
Fotografía: Cultura Inquieta

Hoy os recomiendo Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. Sin duda, encabeza la lista de mis distopías favoritas, antes incluso que 1984 o Un mundo feliz

Fahrenheit 451 cuenta la historia de un sombrío y horroroso futuro. Montag, el protagonista, pertenece a una extraña brigada de bomberos cuya misión, paradójicamente, no es la de sofocar incendios, sino la de provocarlos para quemar libros. Porque en el país de Montag está terminantemente prohibido leer. Porque leer obliga a pensar, y en el país de Montag está prohibido pensar. Porque leer impide ser ingenuamente feliz, y en el país de Montag hay que ser feliz a la fuerza...

No seré yo quien supere la sinopsis anterior, pero trataré de ampliarla. ¿Por qué es mi favorita? Es la mejor distopía que he leído porque todavía no he encontrado otra que se acerque tanto a un posible futuro poco prometedor para el ser humano. Se adentra en el mañana sin añadir naves ultrasónicas, coches que vuelan o robots que se adueñan del planeta. Por eso me gusta tanto, porque no es necesario servirse de todo ese panorama tecnológico para llevar a cabo una crítica sobre el penoso avance de la sociedad. En este sentido, el escritor se sirve únicamente de la mirada del protagonista para avanzar, siempre de forma intimista, en la trama de la obra que apenas tiene relevancia, pues todo lo importante recae en el arco de transformación del personaje principal: Montag. Y Montag somos todos. Todos aquellos que nos atrevemos a cuestionar la verdad y nos alejamos de la zona de confort, aunque tengamos miedo y debamos emprender el camino en soledad. 

Montag convive con su esposa, una mujer que define a la mayoría. Mildred vive enclaustrada entre las paredes parlantes de su casa, que se revaloriza según el número de pantallas instaladas, esto es, el poder del entretenimiento mediante la caja tonta elevado al máximo exponente, incluyendo ésta un avance vinculado a la interacción del receptor, quien forma parte de ese mundo ficticio gracias a la personalización:

Montag se volvió y miró a su esposa, quien, sentada en medio de la sala de estar, hablaba a un presentador, quien, a su vez, le hablaba a ella.
    —Señora Montag —decía él. Esto, aquello y lo de más allá—. Señora Montag...

Y así Mildred vive su día a día, creyéndose conocedora de la realidad, vencedora y víctima de la felicidad. ¿Leer? Eso es un pecado mortal. Eso te lleva a la depresión. Eso es algo inútil y prohibido desde que se descubrió que las palabras son pensamiento. Y el pensamiento se traduce en una libertad individual que no conviene al poder del colectivo que gobierna. Pero esto último no lo sabe Mildred, es Montag quien lleva tiempo sospechando que los libros que quema pueden darle una respuesta vital. Hace ya días que los almacena a escondidas y, cuando supuestamente enferma, Beatty, el cabecilla de la brigada de bomberos, le hace una visita cuyo objetivo es, simplemente, advertirle mediante amenazas veladas, reflexionando a su vez sobre la evolución de la sociedad:

    —Los años de universidad se acortan, la disciplina se relaja, la filosofía, la historia y el lenguaje se descuidan; la gente se expresa cada vez peor a tal punto que apenas se recurre ya al uso de palabras para comunicarse. La vida es inmediata, solo el empleo cuenta, el placer lo domina todo después del trabajo. ¿Por qué aprender algo, excepto apretar botones, accionar conmutadores, encajar tornillos y tuercas?

Sin duda es absurdo aprender algo que no esté vinculado al trabajo. El resto, simplemente, debe ser puro entretenimiento. Pobre de aquel que se atreva a cuestionarlo, pues las llamas destruirán su casa. Más vale que huya, que corra sin mirar atrás, hasta encontrar un lugar habitado por seres que también pongan en duda la verdad. 

Roser Ribas, 2018.

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