Podemos fabricarte


Philip K. Dick
Fotografía: Frank Ronan

Hoy vuelvo a adentraros en el mundo distópico de Philip K. Dick a través de su obra Podemos fabricarte, publicada en 1972. 

Cuando la empresa de órganos musicales eléctricos de Louis Rosen fabrica una réplica robótica perfecta de Abraham Lincoln, la firma acaba arrastrada bajo la influencia de un empresario de comportamiento turbio que quiere utilizar el robot en beneficio propio. Mientras tanto, Rosen busca el consejo de Lincoln cuando corteja a una mujer incapaz de comprender las emociones humanas, alguien que quizá sea más robótica que la propia réplica de Lincoln.

Cómo le gustan a Philip K. Dick las emociones humanas. Mejor dicho, cómo le gusta al escritor poner en evidencia o cuestionar aquello que diferencia al ser humano de las máquinas. En este mundo del futuro, el gobierno ha creado unos centros de salud mental en los que ingresa un alto porcentaje de la población para curarse de la esquizofrenia. La hija del socio de Louis Rosen, el protagonista, ha sido objeto de curación y ha regresado a su hogar tras recibir el pertinente tratamiento. Pris es una joven de dieciocho años cuya inteligencia es superior a la media, y ayuda a su padre a crear una réplica de Edwin Stanton, el secretario de guerra de Abraham Lincoln. Se trata de una nueva idea de negocio con el objetivo de introducir a los robots en la celebración de la guerra de secesión. Con ello pretenden fortalecer una empresa con la que ya no obtienen beneficios, una sociedad de la que también son dueños los Rosen. A Louis no le gusta la idea cuando se la plantean, pero no se le ocurre nada mejor y finalmente acepta. Más tarde fabrican la réplica de Abraham Lincoln. Ambos robots son una obra de ingeniería perfecta, pues contienen en su cableado toda la información necesaria para recrear la vida y las emociones de los personajes que tanto influyeron en la historia de los Estados Unidos de América. 

Como veis, la premisa es un tanto disparatada. Con todos mis respetos, creo que Philip K. Dick tomó unos cuantos alucinógenos al diseñarla. Además, el escritor finaliza la obra sin cerrar las diferentes subtramas, pero la historia avanza con coherencia y, simplemente, funciona. El autor logra llevarte hasta el final sin que te des cuenta, de una forma amena, sin saber muy bien qué es exactamente lo que acabas de leer. Te deja perplejo, como siempre, pensando en aquello que se supone que deberías haber aprendido a través de la historia planteada. Nada es concluyente.

Por alguna razón, el escritor decide centrarse en la mente de Louis Rosen, quien se enamora de Pris. Pero es un amor insano, extraño e incluso demasiado turbio. Y Pris carece de humanidad, lo único que le interesa es el dinero y la fama, y Louis es un pringado, un inmaduro resignado, por lo que la joven prefiere la compañía de un multimillonario sin escrúpulos que no duda en aprovecharse de los avances de la fábrica Rosen cuando analiza los beneficios que pueden aportar. 

La trama descabellada es, al fin y al cabo, una excusa para encerrar y putear al protagonista hasta que desarrolla una enfermedad mental. Puede considerarse, en este sentido, una obra sobre la fragilidad de la psique humana, sobre lo débiles que podemos llegar a ser cuando se desmorona todo aquello que nos sostiene; necesitamos servirnos de la locura para aceptarlo, hacernos los alienados para darle un renovado sentido a nuestra vida. No podemos afrontar el fracaso, y somos incapaces de reconocer que necesitamos una ayuda externa. La locura es, sin duda, un manifiesto de nuestros peores miedos. Y hasta aquí mi reflexión. Quizá la tuya sea otra. No hay nada evidente cuando se trata de esclarecer las intenciones de uno de los grandes maestros de la ciencia ficción. 

Roser Ribas, 2019.


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