Nada


Carmen Laforet
Fotografía: RTVE

Recientemente se otorgó el Premio Nadal en su 75ª edición. En seguida me interesé por la obra titulada Nada, de Carmen Laforet, quien obtuvo el premio en 1944. No la había leído hasta ahora y no me arrepiento, pues es una de esas novelas que desearías leer por primera vez durante toda la vida. La última vez que lloré al leer un libro fue con Anna Karenina, y Nada ha conseguido que después de un tiempo me derrumbe de nuevo entre palabras y capítulos de una protagonista que avanza a pesar de cargar con un alma derrotada. 

Andrea llega a Barcelona para estudiar Letras. Sus ilusiones chocan, inmediatamente, con el ambiente de tensión y emociones violentas que reina en casa de su abuela. Andrea relata el contraste entre este sórdido microcosmos familiar -poblado de seres heridos y violentos- y la frágil cordialidad de sus relaciones universitarias, centradas en la bella y luminosa Ena. Finalmente los dos mundos se encuentran y chocan con violencia. 

Poca esperanza se puede tener viviendo en una época tan convulsa, y más cuando tus recursos rozan lo básico y tu familia te hace pagar por un plato de comida. Andrea sobrevive a pesar del hambre, el frío y la violencia doméstica. Sin pretensiones, avanza valiente y aprovecha las simplezas que la vida le ofrece. Andrea no cede ante la derrota vital cuando es obvia e inevitable, no se aferra a la desgracia ni se lamenta aun sabiendo que lo único que le espera es la nada. Y no es porque no sufra diariamente, sino porque su fortaleza innata le permite afrontar la adversidad de la mejor manera. Lo más duro, sin duda, es ponerte en la piel de esta muchacha, que no puede hacer nada cuando su tío entra en cólera y descarga su furia mediante la violencia que ejerce sobre su mujer. Tampoco puede juzgar a su abuela, quien siendo testigo de las palizas, defiende a su hijo por encima de todo. Andrea huye cuando puede, entabla amistad con algunos compañeros de la universidad e intenta aprender y absorber la energía de una juventud menos precaria. 

Andrea sobrevive, diariamente, en ese piso sucio de la calle Aribau, ocupado por su abuela, sus tíos, la mujer de uno de ellos y una criada antipática. Todos ellos son repulsivos, se han rendido a la peor de las costumbres y no ven nada más allá de esas cuatro paredes. Gracias a su entereza, Andrea no se deja arrastrar por esa mediocridad, camina sola hacia algo mejor. Quizás algún día lo consiga, o puede que simplemente aprenda a sobrellevar esa vida en la que reina la desdicha. Aunque no lo reconoza o no sea consciente de ello, Andrea se topa con la desolación, con la amarga resignación que ocupará el resto de su vida. 

Esta obra es tan triste como real, es un ejemplo de entre muchos que vivieron no hace tanto, es la historia de nuestros abuelos, y está escrita con un talento narrativo excepcional, desde el respeto, la nobleza, la empatía y el entendimiento. 

Roser Ribas, 2019.

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